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Rayadura: poemas misántropos e imprecación varia

Me quedo por lo bajo...

 

 

Me quedo por lo bajo en franca vocación de topo,
lo mío se parece a no subir nunca,
a quedarse en la estancia última
de la última sideral llama del país,
en las raíces mismas del incendio.

Hora trémula de fantasmas, vaso abierto
como postal de ninguna parte,
a donde se llega sin avión volando
como los dioses volaran
a 25 horas por lo inmediato.

Ni despojo del griego desaprendido
sino la costra alta, la granada des-
granada sobre lo rojo del espanto,
sobre el corte del medio suelo
donde baila el primer día del nombre,
rápido y ceñudo con su cuerno
para que salga un contrabajo,
para que salga el jazz a tropezones
sediento, con los ojos llenos de humo
y tanta noche sin dedos, dios,
tanta noche alada.

 

 

Dije: negra...

Dije: negra

                        oscura no

brillante

                        sin referencia marroquí

brillante

el misterio, la descifración de ese nunca

del ojo que escribe, de la mano

que anuncia sobre la materia

el paso de cierta extensión de tigres,

palabras como un asunto

que tenemos con la muerte.

 

Dije: negra

pero el asunto se volvió inhabitable

como un año que no acaba,

el techo del día se desploma operísticamente

y platos que ocurren como trenes.

 

Dije: negra

y pensaba más bien en lo claro

de tu voz de avispa, hablaba de la mujer

a imagen de la imagen que surge

del balbuceo en noches de no pensar tanto,

sorpresiva como flores que planta el deseo

en lo pudibundo de ambas partes.

 

Dije: negra

                        pero sangra.

 

Por los días del hexámetro casi homérico...

por los días del hexámetro casi homérico
en el estilo de los golpes que el aliento da
sobre la carne de las once mil vírgenes
que se nos quedaron a palmo y medio de la boca
menos una
que tendremos de adorno para la desesperanza
donde se asoma una tristeza negra silente adjetiva
de la sonrisa que me niego a dar por buena
de no ser que alguien me asegure que está vivo
que alguien venga acá desde el agua del siglo
y vuelva con años y bombas y sin embargo
se preñe y le parezca todo una travesura
del pequeño dictador de primaria haciendo
cascos de caballo y desconocidos ebrios
de tanta fiesta por su causa flamante
de nunca en estos días homéricos del hexámetro
casi epopéyico por la sinfonía del siglo
que arrastra la cola

Responso del desierto

 
 
 

a Edmond Jabès, in memoriam



1.

Memoria es el lugar del alma para nuestros muertos.
Cementerio volador circundado de carencia,
de lo visible a lo invisible,
al otro lado de lo que se mira
(máscara, aún, de lo transparente),
cargando con los huesos más queridos.

Incluso de ti hermosa, de la efigie de tus huesos,
de la luz sobre tu polvo,
llevo ya poblado el orbe de lo que miro.



2.

Cercenado confín de lo visible,
llevamos ya la apertura de nuestro costado inolvidable,
nuestro hueso de morir nos lo recuerda,
nuestra lápida en los ojos consigna el tiempo,
igualmente algunos nombres.
Olvido es la llave que perdemos al escribir;
no olvidar, para eso se escribe, con poca luz
y voz menguada, para ir
de la carencia a lo visible. Para no olvidar tu rostro.



3.

Todo lo que vemos está preñado de muerte.
La sola sílaba de la luz ahora,
que recoge lo añejo del polvo,
el tamiz, incluso, del viento,
la presencia de la fauna del letargo,
dicen la palabra muerte.

Nacer en la muerte es volver a la transparencia;
volvernos despojos e irnos de lo mirado.



4.

Hay agua para estarnos visibles,
y hay agua para estarnos muriendo.
Agua que nos devuelve del olvido,
la que pesa debajo de las fuentes donde te bañabas
hace mil cuatrocientos cincuenta y tres años, por más señas,
esa que desemboca donde el barquero abre la boca;
agua de olvidar, de volver al olvido,
devolver la memoria a su carencia
(los ojos de los muertos son un jardín
donde cabe el mar),
a su desconfianza de la luz,
al empleo obstinado que hacemos de lo visible
para entender en su tangencia
lo que simplemente


5.

No estamos.
Pero siempre vivimos adentro, en el afuera
de estas cosas:
toda la vida, toda la esperanza de la vida
se recluye en la mirada
y en su acontecimiento.
Caballo muerto en la carretera de la muerte,
desierto, pestilencia,
desierto:
el olvido es el dónde del desierto,
sólo allí cabe su extensión ––ballena––,
para la memoria del ojo,
incluso donde las arenas encauzan su vocación
de ceniza,
de río sordo ––paciencia de estrella––,
cabe todo el hueco de lo invisible
para confesar un poco tu rostro.
Allí donde volveremos a vernos
caben nuestros ojos
y lo que hemos visto de inolvidable.



6.

Pendiente queda el sueño,
de la cuerda que nos interroga desde el cadalso.
Pendiente la axiología, demiúrgico empeño
de esta especie que poblaría galaxias con su vanidad.
Pendiente el misterio,
porque no nos es dado conocer su territorio.
Pero con lo que hay de tuyo sobra y basta.

Monroy

Hace dos días un par de sujetos no identificados asesinaron al profesor de karate José Luis Monroy Rico. Fundador de la escuela Shinya, ramaje de la técnica Shotokan Karate-Do, cabe agregar que fue mi maestro desde que me acuerdo.

A través de la disciplina marcial, enseñaba a evitar la violencia, a alejarse de problemas, a solucionar hablando. No concibo el orden del mundo cuando un hombre que se dedicó por entero (40 años de enseñanza en 57 de vida) a este propósito, muera de esta manera cobarde. No es la muerte que un hombre como él merecía.

La primera contradicción del mundo llegó para mí el día en que ése hombre me dijo que el karate sirve para no usarlo. Por dios, ¿para qué aprendemos a romper brazos y gargantas si no podemos usarlo cuando se necesita? Pues precisamente porque podemos es que no debemos.

Y en esas palabras empieza para mí la conciencia.

Su muerte me deja sin reconciliación posible con el hombre. A partir de hoy nada de tregua. La especie no vale nada. Todos los hombres valiosos han muerto.

Resaca


Encharcada de humo la garganta,
tropiezan las pesadillas y me despiertan. Bien mirado,
las pupilas enrojecen con el aire.
Desanuda mi voz la sílaba del cadalso;
sabe a cadalso y a tierra la saliva.
Mi respiración se gangrena.
Fluye el agua con sus minerales,
curativa.     

Rito



1.

herido de sí (pájaro)
el día se desangra sobre el horizonte
a través del sonido que hace el cielo
al hundirse bajo el mundo

agonía volante
hecatombe de luz
pira de la noche

(pájaro)

sobre el horizonte

2.

Antes del paraíso,
en el instante previo a la palabra,
estuvo el pájaro.
A él siguió la palabra pájaro
que lo hirió fatalmente.

3.

El rito del día
es rito de la muerte de un pájaro necesario.
Los demás son de la noche.

Dibaxu de Juan Gelman, o la invención de una lengua muerta



No sé si al día de hoy se hable sefardí en alguna parte del mundo. En cambio, no es de importancia. En "Dibaxu" (Colección Visor de Poesía, 1994) sin embargo, se utiliza una lengua hablada en la España del siglo xv para hacerla dialogar con las obsesiones de este autor genial que es Juan Gelman (Buenos Aires, 1930).
Como en casi toda su obra, aparecen ligados, casi inseparables, los temas del amor y el exilio; temas, sin embargo, que son para Gelman pan diario, cotidianeidad, "Salarios del impío".
¿Pero qué caso tiene decir algo en una lengua diferente a la que se habla, diferente a aquella en que se piensa? Recuerdo a Huidobro, con su retador "el poeta no puede escribir en la lengua materna". Ergo, ha de inventarse una propia. Pero en "Dibaxu" no se está inventando el sefardí para el siglo xx; acaso, si aceptamos ir por tanteos en esta musicalidad, lo que se inventa es el mundo desde recursos otros.
En el entendido de que Gelman es un poeta que está hablando desde el exilio (político tanto que exiliado por la dictadura argentina, pero también metafórico tanto que poeta), nada más natural que hacer uso de una lengua extinta: hablada por los judíos antes de la invasión mora, Gelman, descendiente de judíos y hermanado a la vez con todos los que alguna vez han sido perseguidos, logra proponer una serie de poemas que rescatan la música del sefardí, tan simple, tan clara, como un español de agua, donde lo más grave se dice cantando,

ista yuvia di vos
dexa cayer pidazus di tiempu/
pidazus d'infinitu/
pidazus di nus mesmos/

como cantando se aborda la felicidad, y asombran estos versos de un hombre que algo sabe del terrible mundo:

mirandu il manzanu
vidi mi amor/
crese/
no dize por quí/

Palabra exiliada, palabra de polvo, mas polvo enamorado, Gelman, rescata a la vez que reinventa un modo (de modus, anterior) del español "actual", logrando una capacidad expresiva que sorprende por sus economía de recursos y enorme saldo de expresividad; deja en claro la revisión de una poética, diríamos, de lo mínimo, que bien mirado, sería un rasgo de su obra en general, diferenciada en este libro por asumir una voluntad de pureza, de claridad, como la que dejan ciertos villancicos y canciones pastoriles, odas a la vida retirada, en la tradición de las Églogas de Virgilio; enfatizo: sorprende de este hombre que sabe algo del terrible mundo tal capacidad de hablar de lo amado desde una especie de memoria colectiva, que lo hermana con poetas lejanos en el tiempo. 

Como noche caída bajo tierra de extranjeros, Gelman se auto-exilia de su lengua materna para contarnos como ve el mundo un hombre desde el revés del habla, donde cabe todavía alguna esperanza, donde el mundo guarde su tal vez dolor, pero en notas diferentes.